El
Bebé es mío
(Oyinkan
Braithwaite)
El relato de Oyinkan Braithwaite, porque
estamos ante un relato largo más que ante una novela, ofrece una sencillez
manifiesta en su forma. Como sucediera en Mi hermana,
asesina en serie, la obra pasa velozmente ante nuestros
ojos, estructurada en capítulos muy cortos que construyen una historia bastante
simple enmarcada en la rabiosa actualidad pandémica. Un hombre,Bambi; tiene
una bronca con su pareja y esta le echa de casa. Sin saber a dónde
ir, termina en la casa de su recientemente enviudada tía, Bidemi, quien
comparte la vivienda con la ex-amante de su fallecido marido, Esobe. Entre las
dos, cuidan de un bebé, Remi, del que ambas reivindican su maternidad.
Esta trama, a priori un tanto culebrón,
se convierte en manos de la autora en una historia de misterio en
la que hemos de intentar descubrir quién es la verdadera madre de ese niño. Al
mismo tiempo que vemos ciertos comportamientos extraños en las dos mujeres, el
ambiente enrarecido en esa casa se va alternando con algunas confesiones que se
desvelan en el momento justo, lo que hace de la lectura una experiencia muy
ágil e inmersiva pese a la aparente intrascendencia de la historia.
El arte de deslizar la verdadera naturaleza de
sus personajes sin utilizar una sola palabra que la denote está muy presente en
la escritura de Braithwaite, y tal vez en ello encontramos lo mejor
de El bebé es mío. El juego de pequeños engaños y ambigüedades de
cada uno de los tres personajes conforma el corazón de una novela que quizá
brinda un regusto extraño en el lector por no dejar muy claro el mensaje que la
autora quiere ofrecer. A ello contribuye la ubicación de la historia en plena
época de pandemia y confinamiento como algo apenas anecdótico y que solo sirve
para dar arranque a la trama. En realidad, da igual la época donde se enmarque
esta historia, ya que al final lo que prima es el enfrentamiento entre tres
caracteres que podrían simbolizar tres maneras muy distintas de ver la vida,
una más anclada a la tradición, una a la deriva de la modernidad y otra que
oscila entre ambas.
Al contrario que en su anterior novela, aquí no encontramos
ese deje de crítica que nos descubre algunos aspectos de la sociedad
sudafricana contemporánea. Sin embargo, entre líneas sí que podemos
percibir cierto poso decadente que se evidencia tanto en el estado en
que se encuentra la casa como en la propia obstinación de unos personajes que,
cada uno a su manera, se empeñan en no querer ver la situación real de sus
momentos vitales.
Sin que el misterio sea excesivamente potente ni la
ambigüedad demasiado marcada, El bebé es mío tiene algo
indefinible que atrapa. Quizá sea la propia casa donde transcurre la
acción, que por momentos parece alzarse como el personaje de más entidad. Tal
vez la presencia en segundo plano del tío fallecido y sus secretos. Tal vez una
cierta indefinición que lo rodea todo y que nos insta a mirar con atención.
Posiblemente sea eso, la continua transición de los espectros.
Oyinkan nos hipnotiza de nuevo mediante capítulos
cortos (2-3 páginas) en un intrigante misterio por el que pisaremos un
terreno conocido por todos: el confinamiento. Un aura noir y de pura
desconfianza que circula por el asfixiante hogar que los tres están obligados a
compartir. Dentro de esta realidad tan cercana para nosotros, con esa
imposibilidad de salir del hogar, el miedo de contraer la enfermedad y una
crisis económica tensando el ambiente, las 96 páginas de El bebé es mío son
ante todo una reflexión sobre la maternidad y la fidelidad ¿Es la
maternidad o la paternidad un asunto sanguíneo, o de crianza?
Oyinkan, inspirada directamente en la batalla de las
dos mujeres durante los juicios del rey Salomón, pero situada en nuestro
presente más directo: un Lagos confinado por la COVID-19. Una historia corta de
infidelidades, dudas, maternidades y, sobre todo, con un ritmo trepidante que te
hará devorar sus páginas de una sentada
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