Distintas formas de mirar el agua
(Julio Llamazares)
Ahora, en el año 2014, esta novela cuenta el último regreso de una familia a la vista del agua que cubrió sus tierras para arrojar allí las cenizas de quien fue marido, padre, suegro o abuelo de todos ellos.
Ahora quienes monologan son los descendientes de Domingo, el expulsado de Ferreras. Los yernos y los nietos miran el nuevo paisaje con admiración. “La verdad es que es maravilloso”, empieza Miguel, su yerno. Pero Elena, su nuera, o María Rosaria, novia de un nieto, sienten que “sobrecoge este paisaje sin alma”, o que aquella belleza tiene algo de “siniestro”. A Teresa, la hija mayor, le fastidia en el fondo esa actitud admirativa: “Algunos exclaman mientras lo contemplan: ¡Qué bonito! Y qué triste, añado yo”. Y es que varios de los visitantes recuerdan otro viaje, cuando acudieron a ver las ruinas de los pueblos —cubiertas de fango— en ocasión de un desembalse. En alguno se advierte la mala conciencia: en José Antonio, el hijo que se estableció en Barcelona; también en Virginia, la hija que se hizo maestra, estudió fuera del pueblo y también le fue mal en su matrimonio. En otros, predomina un cierto rencor por la vida perdida, como sucede a Teresa, la hija mayor; Jesús, uno de los nietos, no entiende la fijación en el pasado, esa “negatividad” que en la vida de su abuela “guía todas sus actuaciones”, mientras que Daniel, el nieto que se hizo ingeniero de caminos, dedica buena parte de su monólogo a justificar la inevitabilidad de la destrucción del pasado en función del porvenir. Sólo la viuda de Domingo, el patriarca familiar, no mira el paisaje: sólo se ve a sí misma, a su marido, al afán de aquel tiempo en que “íbamos de un lado a otro gastando nuestras fuerzas y la vida en el trabajo de volver aquí”.
Julio Llamazares dice que la novela es una novela, es una ficción, pero los escenarios no. O mejor, gracias a la ficción vuelven a vivir, como sucede a veces con las personas. Como en las tragedias griegas, los personajes son siempre máscaras del autor, formas de mirar el agua y, detrás de ésta, el mundo y la vida.
El autor rescata este desarraigo de su memoria cuando Riaño corrió la misma suerte, en 1987, y se identificó con sus vecinos y antes en el año 1983 , cuando un vaciado del embalse para revisar la presa permitió pasear de nuevo por las calles del pueblo, volver a las calles donde se crió fue todo un ejercicio de nostalgia. Todo este impacto es el que intenta plasmar Llamazares en esta novela, pero no con una voz única, sino sirviéndose de distintos enfoques. Realiza un ejercicio de memoria, atrapa recuerdos para que no se pierdan. Julio Llamazares reconoce hacer literatura para sentir y pensar, para hacer pensar y sentir a sus lectores, porque le interesan más los sentimientos de las personas, en especial de aquellas personas cuyos sentimientos no importan a nadie, es el caso de los personajes de la novela. Considera que una de las labores de los escritores es prestar la voz a aquellos que la sociedad no se la da.
Para este escritor leonés el paisaje no es un elemento externo, al contrario es un elemento interno que nos condiciona, y como la lengua materna nos conduce al habla, el paisaje materno nos enseña a mirar el mundo, en su caso un mundo inconcreto, una sensación más que un territorio, una forma de ver más que una patria. Afirma que la memoria histórica de un país es su arte, su literatura, es lo que va a quedar en el tiempo, y esa es la responsabilidad de los escritores, dejar memoria de lo que sucedió mientras ellos vivían, no cambiar la realidad, ser testigos de su tiempo y del lugar en el que vivieron.
La novela es un homenaje a todas las personas que vivieron todo esto.
Siempre se puede volver a un recuerdo
Siempre hay sombras bajo el agua que asemejan un pasado y
Siempre tendremos distintas formas de mirarlas.
Julio Alonso Llamazares nace en Vegamián (León), en 1955. Licenciado en Derecho, pronto se traslada a Madrid para dedicarse al periodismo. Publica muy joven sus primeros versos. En 1985, aparece su primera novela, "Luna de Lobos", finalista del Premio Nacional de Narrativa, posteriormente convertida en guión cinematográfico. En 1988, publica "La lluvia amarilla", una de sus obras más emblemáticas, finalista también del Premio Nacional de Narrativa. En ella, el lector asiste al monólogo alucinado del último habitante de un pueblo abandonado. Su obra se caracteriza por una peculiar voz narrativa impregnada de tintes poéticos que evoca la desaparición de un determinado modo de vida rural y de sus paisajes. Colabora habitualmente como crítico literario en prensa escrita y otros medios de comunicación.
Otra obra suya es Escenas de cine mudo, de 1994
En 2016 quedó finalista del Premio de la Crítica de Castilla y León con su novela Distintas formas de mirar el agua. Antes de que se fallara el premio, emitió un comunicado anunciando que no aspiraba a él y que lo rechazaría en caso de que le fuera concedido, En convocatorias anteriores (2014), ya había sido candidato a ese mismo premio con Las lágrimas de san Lorenzo, sin obtenerlo.