SOSTIENE PEREIRA
(Antonio Tabucchi)
Es una historia que transcurre en el país vecino. En ella se narra la Lisboa de 1938, tiempos de cruel dictadura de Salazar y por tanto muy represiva. En la vecina España, se vive y se padece una guerra civil, los rebeldes levantados contra el Gobierno legítimo de la República ganan terreno, más de media geografía se encuentra bajo su dominio, y un año después del inicio de su “marcha triunfal” implantaría la dictadura totalitaria del nacionalcatolicismo en todo el territorio, con lo que se inicia la mordaza que duró cuarenta años.
El conmovedor protagonista Pereira, es un periodista modesto al que se le ha encargado la elaboración de las páginas de cultura de un periódico vespertino de poca tirada con la cabecera de Lisboa porque se edita en Lisboa. Y era una tarde soleada cuando Pereira se encuentra en la redacción del periódico, leyendo una revista católica, cuando se fija en un artículo que trata sobre el alma y la muerte escrito por un italiano, y como Pereira es católico practicante muestra su interés por el tema, por lo que todo es terminar su lectura, cuando decide hablar por teléfono con el autor.
Lo hace y quedan para verse en la Plaza de la Alegría donde hay un baile popular. Así comienza esta excelente historia del pasado siglo, donde el personaje principal, Pereira, periodista modesto, creyente y apolítico, entrará en todo un proceso de cambio, toma de conciencia. Le hace como sentirse culpable de algo que no ha hecho, puesto que anteriormente a la lectura de la novela lo había mirado con indiferencia porque esas cosas de las dictaduras y las guerras nunca correspondieron a su pasividad y el recuerdo perenne y fiel recuerdo de su esposa fallecida. Es este el punto de encuentro con el que se inicia una intensa relación entre el viejo y distraído periodista, el joven filósofo italiano y su novia Marta, relación que a medida que avanza la narración despertará pasión, cariño y una clara toma de conciencia que transformará totalmente la vida de Pereira.
El personaje lo ocupa todo desde la ternura, humanidad, vulnerabilidad y su continuo monólogo de hombre solitario que consulta con el retrato de su mujer desde lo cotidiano hasta los problemas de asuntos difíciles y cruciales, situaciones que van surgiendo. Así toma altura de criterios, ternura y conmoción, al verse inmerso en un mundo que siempre logró evitar, contemplarlo desde fuera parapetado en su indolencia y la tristeza de su soledad.
Con esta novela Tabucchi dio varios puñetazos en la mesa:
El primero fue reivindicar el papel del periodismo y la opinión pública en tiempos de opresión: «el país callaba, no podía hacer otra cosa sino callar».
El segundo propósito fue cuestionar el carácter político de la cultura. Con Pereira recorremos Lisboa, aprovecha Tabucchi estos paseos para hacer patente la violencia intrínseca a toda sociedad desorientada y cómplice de una moral corrompida que es hija de su política: «Esta ciudad apesta a muerte, toda Europa apesta a muerte». En verdad no nos queda tan lejos. Sin embargo, el amor que Tabucchi siente por Portugal (a la sazón tenía la doble nacionalidad italo-portuguesa) hace que el terrible aroma del pánico político quede relegado a un —muy fino— segundo plano.
El nudo central del relato es la muerte. Y Pereira se siente presa de ella. Por varias razones: su padre tenía una agencia de pompas fúnebres, su mujer murió de tuberculosis y «él estaba gordo, sufría del corazón y tenía la presión alta, y el médico le había dicho que de seguir así no duraría mucho». Razones que lo acongojan de una manera silenciosa, semejante a sus paseos, cavilantes y meditabundos. Sin embargo la sangre llama a la sangre, y un joven rutilante llamado Monteiro Rossi capta la atención de Pereira por un artículo sobre la muerte que éste azarosamente ha leído en una revista. Aunque Tabucchi hubiera querido hacer pasar a su protagonista por alguien desdeñoso o tal vez indolente, la curiosidad de Pereira por el joven se acrecienta. Algo lo incita. Necesita redactores que se ocupen de la sección más fúnebre del suplemento: los obituarios. Pereira considera que la excelencia informativa de un periódico de la envergadura del Lisboa estriba en la inmediatez. Por eso se cita con Rossi, le infunde curiosidad que alguien tan joven esté interesado por la muerte; pero el muchacho, que se muestra desorientado, confiesa que ese artículo forma parte de una tesina y que ésta es un plagio. Sólo la fresca y huracanada aparición de Marta, la novia de Rossi, consigue oxigenar el aturdimiento de Pereira. El tiempo revelará que la colaboración con Monteiro Rossi es un completo desastre, pero asistimos aquí al inicio de la paulatina conversión de Pereira. Todos sus textos son impublicables pero sin embargo Pereira no los desestima, los guarda una y otra vez en la misma carpeta. Podría haberlos tirado, lo dice, pero no lo hace. Como si incluso siendo indignos sintiera que debe protegerlos de algo que desconoce o, de otro modo, como si en realidad no fueran tan indignos o si lo que se opusiera entre ellos no fuera la cultura, sino una postura política. Pereira entretanto se dirige a las termas de Buçaco, donde Silva, un amigo de la universidad, espera su llegada. Entonces Pereira pronuncia quizá la declaración más fulgurante de la novela: «Pero yo soy un periodista, repuso Pereira. ¿Y qué?, dijo Silva. Que tengo que ser libre, dijo Pereira». Es de una rotundidad tan aplastante que todo lo que quisiera añadir, sobra. A ello le siguen algún tenso episodio con el director —«Rilke, dijo el director, su nombre me suena»—, una plácida estancia en la clínica talasoterápica de Parede, la decisiva presencia del doctor Cardoso (en verdad un filósofo afrancesado que respalda sus inquietudes y acaba restituyendo su confianza) y sobre todo la evanescente irrupción de una mujer que sostiene entre sus manos un libro de Thomas Mann y que termina por infundir en Pereira el deseo de hacer algo con su vida.
Es evidente que la infructuosa relación con Monteiro Rossi no ha sido todo lo catastrófica que pensaba. Esta singular amistad abre a Pereira la puerta de las expectativas a una nueva vida de lucha y libertad. Para él es un renacimiento. Sucede que ahora, al contrario de como había vivido hasta el momento, se siente en pugna directa contra el salazarismo, el Estado Novo o cualquier forma de vasallaje político y cultural.
El final se resuelve en una serie de circunstancias que dan al traste con la vida de Monteiro Rossi y lo relacionan con la Guerra Civil española. Una tragedia funesta. Y casi también la de Pereira, porque encubrir a subversivos en tiempos de orden y totalitarismo, bien vale una paliza que literalmente le rompa a uno la cabeza. Pero aún tiene una salida, Pereira sí. Recuerda repentinamente a aquella mujer que leía a Thomas Mann y hace la maleta, no sin antes enviar un artículo incendiario que, gracias a un ardid tramado con la ayuda del doctor Cardoso, logra burlar la censura. El artículo se titula “Asesinato de un periodista” y será la vergüenza del salazarismo. Es la venganza que Pereira ha de cobrarse por la muerte impune de Monteiro Rossi. Coge el retrato de su mujer, que coloca boca arriba para que respire, y se marcha. Sólo ella es testigo de su transformación.
Tabucchi se basó un hecho real acaecido en 1992, la muerte de un periodista que conoció en París en calidad de exiliado. Tal vez para él la literatura era un soliloquio, un monólogo interior.
Pereira no habla, ni tan siquiera piensa en sentido estricto, sino que declara, de ahí el título. El vocablo sostener, que vale por reafirmar, tiene también el valor de un declarar enfático.
Y detrás de todo esto, el testamento proliterario: «La filosofía parece ocuparse sólo de la verdad, pero quizá no diga más que fantasías, y la literatura parece ocuparse sólo de fantasías, pero quizá diga la verdad».
El resultado es que Pereira comienza obsesionado por la muerte y termina seducido por la vida, el reverso de la vida de Monteiro Rossi. Lo mismo que los separaba al principio, acaba uniéndolos al final. Como consecuencia de ello Rossi es asesinado. Pero Pereira huye de Portugal. Incitado por la inmediatez, atrás lo deja todo: el periódico, sus recuerdos en Coimbra, el doctor Cardoso, su Lisboa natal, pero también un régimen patrio y biempensante cuyos mecanismos de opresión le han empujado a descubrir el valor de la vida.
Una novela que, más que una novela, puede ser entendida como el testamento de un escritor militante, amante de la libertad, y amante del mundo.
SOBRE EL AUTOR ANTONIO TABUCCHI
El novelista italiano enamorado de Pessoa, de Lisboa, de Portugal y de la lengua portuguesa, nació en Pisa en 1943, en plena guerra mundial y conservó siempre la misma casa de infancia de la Toscana. Conocido sobre todo por sus trabajos sobre el escritor portugués Fernando Pessoa, enseñó Lengua y Literatura Portuguesa en la Universidad italiana de Siena, interés que le vino desde su juventud cuando, de viaje por París, encontró el poemario Tabacaria del poeta portugués. Como novelista, alcanzó el éxito con Sostiene Pereira, que fue adaptada al cine y protagonizada por Marcello Mastroianni, al igual que otra de sus obras, Réquiem. Sostiene Pereira obtuvo, además, el Premio Campiello, el Scanno y el Jean Monnet. Fue galardonado asimismo por su novela Nocturno Hindú, con el premio francés Médicis étranger; y con el premio español de periodismo Francisco Cerecedo. Escritor comprometido, consiguió con su novela La cabeza perdida de Damasceno Monteiro (1997) la revisión del caso que aparecía en la obra, resolviendo el asesinato de un ciudadano portugués. Tabucchi también practicó el género epistolar, como demuestra su compendio de cartas sin destinatario: Se está haciendo cada vez más tarde (2001). Colaboró con diversos medios de comunicación, entre ellos Corriere de la Sera y el diario El País. Tabucchi falleció el 25 de marzo de 2012 a los 68 años.