La tercera virgen
(Fred Vargas)
En esta novela, el hilo utilizado para que la investigación avance es un poco menos tenue que en otras, quizá no al principio, pero acaba quedando bastante afianzado a medida que progresa la acción.
Esta forma algo caprichosa de enfocar los casos se debe a la inteligencia intuitiva, errática y más bien arbitraria del célebre comisario Adamsberg, protagonista de la mayor parte de las novelas de Fred Vargas y tan peculiar como exigen los cánones. Lo que añade interés y credibilidad a sus investigaciones es que las realiza en equipo, que se equivoca más de una vez como cualquier hijo de vecino y que, a consecuencia de esto, abandona unas rutas y emprende otras nuevas.
En esta novela el comisario Adamsberg se acaba de separar de Camilla y se ha comprado una casa vieja y devencijada en una pequeña localidad cercana a París. Bien es cierto que no le ha costado mucho, pero será su vecino, Lucio Velasco, quien le pondrá al tanto de su historia, asegurándole que en la casa vive el fantasma de una antigua Clarisa del siglo XVIII que asesinaba a las mujeres que acudían a ella buscando el paraíso. Hasta que un buen día el hijo de una de ellas acabó con ella.
Por otro lado, el comisario está investigando el doble asesinato originado en Porte de la Chapelle, lugar donde han aparecido los cadáveres degollados de dos hombres tendidos uno junto a otro. Ambos bastante robustos, uno negro y otro blanco y sin nada en común, aparentemente. Adamsberg y el inspector Mortier, responsable de la Brigada de Estupefacientes, se pelean por hacerse con el caso, pues según el primero se trata de un crimen de libro y según el otro, no son más que unos pequeños delincuentes que se dedican a trapichear en antros de poca monta. Además, se acaba de incorporar a la brigada un nuevo teniente, Veyrenc, ex profesor en un internado que renunció a su plaza al enamorarse de una policía. Después cada uno siguió su camino y él se quedó en el cuerpo. Tiene un ajuste de cuentas pendiente con el comisario, ya que siendo niño sufrió un ataque traumático por parte de un grupo de amigos de la localidad vecina y siempre ha creído que Adamsberg era el jefe del grupo.
Por si todo esto fuese poco, en Haroncourt, un pequeño pueblo del departamento del Eure en la Alta Normandía, alguien se dedica a matar ciervos, causando auténticas carnicerías, sin reparar siquiera en las cuernas, único motivo por el que se suele agredir a estos animales. La novela se localiza en dos escenarios absolutamente distintos; por un lado, París, por otro, un pequeño pueblo de la Alta Normandía y algún breve recuerdo a la localidad natal del comisario. Son pocas las descripciones de los escenarios, aunque minuciosas, ya que excepto alguna salida puntual, el devenir de la novela se centra en interiores (o algún cementerio). Lo más espectacular de la novela, porque lo son, reside en los diálogos, rápidos, inteligentes, incluso divertidos.
El nombre real de esta autora es Frederique Audoin-Rouzeau, se hace llamar Fred Vargas por su hermana gemela, pintora, que firma sus cuadros como Jo Vargas. La cosa viene del personaje que interpretó Ava Gardner en La condesa descalza, María Vargas, a la que ambas adoraban. Y como son gemelas, era coherente que firmaran con el mismo apellido en sus paralelas trayectorias artísticas.
Fred Vargas, a pesar de vender casi medio millón de ejemplares de sus novelas sólo en Francia y estar traducida a tres decenas de idiomas, jamás ha abandonado a sus pequeños editores, los mismos que la descubrieron hace dos décadas, cuando aún era una desconocida que empezaba a publicar las novelas que escribía durante las tres semanas de sus vacaciones. Cuenta que es tal la fuerza de esa costumbre que ahora que ha dejado el trabajo para dedicarse a escribir, sigue terminando sus novelas en 21 días.