martes, 17 de enero de 2017

La señora Dalloway
(Virginia Woolf)


En busca de dar sentido a su existencia, Clarissa Dalloway recuerda con nostalgia los momentos más felices del pasado. Lo que fue y aquello que no ha podido ser siempre ronda en su mente como un sino del que es imposible escapar: “¡Oh, si pudiera comenzar a vivir de nuevo! –se dice-, ¡hasta tendría un aspecto diferente”.
La señora Dalloway hace notar que la vida es una construcción hecha de instantes fugaces pero valiosos, y que estos son los que le otorgan su esencia. Por ejemplo, siente un súbito placer al recordar a Sally Seton, su amiga de juventud y primera experiencia amorosa. En ella, Clarissa encuentra y valora un amor desinteresado, una pasión pura, al punto de considerar su matrimonio como una experiencia horrible. En sus recuerdos transita también Peter Walsh, un hombre que la visita el día de la fiesta y le recuerda que, en algún momento de sus vidas, se amaron. Una pregunta ronda por la cabeza de aquel individuo (¿por qué inducirle a volver a pensar en el pasado?), sospechando que Clarissa tiene ya una vida establecida, pero él mismo se lamenta de haberse alejado de la mujer y verse abocado a un destino de fracasos. Clarissa, por su parte, piensa en una posibilidad que nunca llego a ser: “¡Si me hubiera casado con él gozaría de esta alegría todos los días!”. De este modo, Peter Walsh representa una posibilidad, pero también un sueño; y esta es una inquietud que tortura a Clarissa. La protagonista recuerda cómo conoció a su esposo, Richard Dalloway, aquel hombre joven y potentado que suplió en su corazón lo que antes sintiera por Peter Walsh; también viene a su mente la forma en la que su matrimonio la arrastró hasta convertirla en una simple dama de la sociedad, y con ello, a supeditar su identidad a la sumisión que significa tener un apellido de casada. Con cualquier gentleman, sus pasiones se convierten en simples aficiones mundanas, de ahí que en su presente, se lamente por no haber hecho otra vida junto a Peter.
Obliga a ser un lector muy profundo, ya que son muchos los temas que aparecen en la historia. La soledad, la comunicación, la privacidad, el aislamiento, la conciencia, los cambios sociales en Inglaterra, las presiones, el miedo a la muerte y la opresión espiritual.
La genialidad de esta obra tiene mucho que ver con eso que compartía con Proust y Joyce, “El tiempo psicológico”. Virginia comparte con ellos su interés en este y lo incorpora en la historia. Ella quería mostrar personas con conciencias que fluyen y no estáticas. Personas que piensen mientras se mueven en su espacio y que reaccionen a su entorno. Pero si es importante esa originalidad narrativa con el monologo interior de los protagonistas, no lo es menos la prosa y vocabulario con la que está escrito con un estilo muy próximo a la poesía, rico lenguaje figurativo, con el que la autora nos hace vagar por un pasado de los personajes que se convierte en su presente y lo condiciona. Mientras, nos refresca con una suave y fresca brisa londinense de un día del mes de junio y nos deja imágenes y frases llenas de poesía que van conformando la obra como pinceladas de un cuadro impresionista