sábado, 15 de diciembre de 2018

Kafka en la orilla 
Haruki Murakami) 


Afortunadamente no es la primera novela que leo de este autor. Empecé con “De qué hablo, cuando hablo de escribir”. Como me gustó porque comparto con el autor la afición por la lectura y la escritura, continué con “De que hablo, cuando hablo de correr”, porque también comparto el gusto por correr a diario. Una vez me familiaricé con él quise conocer su obra y comencé con “Hombres sin mujeres”, en él Murakami muestra la soledad de los hombres que han perdido a una mujer. Es un compendio de siete historias con las que pretende "transmitir el aislamiento y lo que este implica emocionalmente" de hombres que han perdido a una mujer. Reflexiona en todos estos relatos sobre la soledad que se experimenta antes, después o incluso durante una relación amorosa. Todos estos hombres son protagonistas, pero en verdad, son las mujeres las verdaderas protagonistas, son ellas quienes se aparecen en cada momento de sus soledades para atormentarlos, enamorarlos o imposibilitarlos, porque no hay dudas que la vitalidad de estos hombres pasa por ellas.
Mi curiosidad hizo que continuara con sus novelas, en esta ocasión “Kafka en la orilla” cayó en mis manos porque me pareció un título poderosamente atractivo. La novela cuenta dos historias que nunca se cruzan, y que sin embargo –y éste es uno de los grandes temas del libro– se comunican de manera inconsciente.
Los capítulos impares cuentan la historia de Kafka Tamura, un adolescente que, el día de su decimoquinto cumpleaños, decide fugarse de casa sin otra carga que una mochila y sin otra compañía que la voz de un chico llamado Cuervo; el adolescente se ha dado a sí mismo el nombre que lleva, y ese bautizo tiene que ver con la convicción de que Kafka quiere decir “cuervo” en checo; y de alguna manera las razones de la huida tienen que ver con una maldición que le ha lanzado su padre, según la cual Kafka repetirá el destino de Edipo, dando muerte a ese mismo padre y acostándose con su madre y su hermana.
Los capítulos pares, por su parte, se ocupan de Satoru Nakata, un hombre de sesenta años que, durante una excursión infantil a recoger setas, fue víctima de un coma colectivo que en la novela permanece inexplicado; al despertar, Nakata es el único de los afectados que ha perdido la capacidad de leer y la inteligencia en general, pero a cambio ha recibido el misterioso don de hablar con los gatos.
Conforme vas leyendo la novela piensas como se van a vincular ambos protagonistas, aunque el vínculo es metafórico. “El mundo es una metáfora”. Representa un proceso de maduración del que ambos protagonistas parecen huir.
Kafka es un adolescente, al que le cuesta madurar; pero Nakata es un viejo que se ha quedado de algún modo estancado en una vida infantil, y la señorita Saeki tiene la curiosa costumbre de aparecerse, con el cuerpo de cuando tenía 15 años, en la habitación donde duerme Kafka.
Es una novela que invita a seguir viviendo y a disfrutar de la vida. Exige al lector que se entregue y que se deje llevar. Es una novela atrevida, y conmovedora; quien no logre esta entrega, se quedará fuera, repitiendo como la señora Saeki: “El hecho de escribir ha sido importante. Aunque lo que haya escrito, como resultado, no tenga ningún sentido.” Murakami escribe sobre la dualidad. Pero no se trata de elegir, entre bueno y malo. No juzga, sólo apunta entre lo real y lo soñado. Y el mayor logro es que el lector no sabe cuál es cuál y puede elegir su propia postura. Como dicen los personajes: "No logras hallar la línea que separa los sueños de la realidad. Ni siquiera encuentras la frontera entre los hechos reales y las posibilidades. Lo único que sabes es que, ahora, tú te encuentras en una posición delicada. En una posición delicada y, peligrosa." Así se encuentra el lector después de encontrarse con Kafka en la orilla, tanto que una vez que terminas el libro no quieres empezar con otro hasta que no te tomas el tiempo necesario para digerirlo, reflexionando acerca de él, la música, los sueños, el dibujo de “Kafka en la orilla del mar”, de todos aquellos ingredientes de la cultura popular que el autor utiliza como guiños para atraer más a sus lectores.
El hombre de los círculos azules 
(Fred Vargas) 


Desde hace cuatro meses aparecen unos círculos de tiza azul acompañados de una frase de noche en las calles de París:
«Víctor, mala suerte, ¿qué haces fuera?»
En el centro de los círculos aparecen objetos perdidos, objetos muertos ya sin dueño y pesados pues ante todo el misterioso autor de los círculos no puede permitirse el lujo de dejar que el viento se los lleve y destruir su obra.
El comisario Jean-Baptiste Adamsberg sigue la pista en todos los periódicos, siente que el misterio de los círculos no acabará aquí y que pronto el mal augurio que llevan consigo acabará en algo peor. Un día el cadáver de una mujer degollada en el centro de uno de los círculos le dará la razón, la primera víctima Madelaine Chatelain, soltera sin demasiada variedad ni nada significativo en su vida, aparentemente una muerte sin sentido. El inspector Danglard ayudará a su nuevo jefe a llevar la investigación sobre `el hombre de los círculos azules`. Pueden sospechar por los indicios en un solo autor de los hechos ya que el cadáver no mancha con su sangre, ni roza la línea de tiza azul, demasiada casualidad.
Jean-Baptiste Adamsberg es un policía de lo más peculiar y raro, pero ha llegado a convertirse en comisario de uno de los distritos de Paris. Su estilo es poco académico, se basa en la intuición y en lo que le producen los sospechosos. Es un personaje enigmático con una vida privada tan desordenada como desconocida, que le hace chocar con sus compañeros, como con el inspector Danglard, pero que, viendo el éxito de sus misiones, al final todos tienen que reconocer su valía.
La novela negra de Fred Vargas se basa, como todas, en la resolución de uno o varios asesinatos, pero su forma de escribir es distinta, lo que hace que sus novelas sean especiales. Leer a Fred Vargas no es sencillo, pero merece la pena. Sus personajes son difíciles para el lector, poco abiertos, y más huraños que de costumbre. De Adamsberg, Mathilde o Charles, sabemos poca cosa, ya que a la autora no la interesa ponernos en antecedentes, La trama va despacio, avanzando y dando giros imprevisibles sólo cuando le apetece a la autora. Y aún con todo esto, la lectura es muy buena.
Fred Vargas, seudónimo de Frédérique Audoin-Rouzeau, es una escritora francesa. Vargas es licenciada en Historia y Arqueología. Sus novelas se desarrollan habitualmente en París, siendo su protagonista el inspector jefe Adamsberg y su equipo. Sus novelas han sido traducidas a varios idiomas, y ha obtenido numerosos premios internacionales como reconocimiento a su obra, como el International Dagger, el Premio de las Librerías Francesas o el 813 a la mejor novela en francés. En el año 2018 obtuvo el Premio Princesa de Asturias de las Letras.
Además, parte de la obra de Vargas ha sido adaptada al cine y a la televisión.

jueves, 13 de diciembre de 2018

Caperucita en Manhattan 
(Carmen Martín Gaite) 


Martín Gaite dibuja “muchos de los trazos del perfil psicológico de sus heroínas infantiles o adolescentes”. La protagonista, Sara Allen es una niña con “complejo de superdotada” que observa la realidad que la rodea con ojos muy críticos, que no aguanta la monotonía de su rutina familiar, y que tiene un ansia de aventuras y libertad. La segunda parte de la novela precisamente se titula “La aventura”, y describe las andanzas de Sara por Nueva York, en compañía de Miss Lunatic; pero durante toda la primera parte, cinco capítulos, somos testigos de cómo Sara-Caperucita se refugia en el mundo de sus lecturas, de la ficción, para satisfacer esas ansias de libertad.
 En su inocencia infantil, Sara todavía no ha aprendido a separar la realidad de la ficción. En su mundo, la fantasía ocupa un lugar de honor. Los personajes de la ficción y los reales, en ese mundo, están en un mismo plano y, con frecuencia, yuxtapuestos.
Carmen Martín Gaite decía en su obra El cuarto de atrás que “la literatura es un desafío a la lógica”; esta mezcla entre realidad y ficción que caracteriza el mundo de Sara Allen es una muestra de ese desafío. Los tres primeros libros que Sara-Caperucita lee son las historias de Robinson Crusoe, Alicia en el país de las maravillas, y Caperucita Roja. Las aventuras de estos personajes le permiten escapar de su realidad, de sus limitaciones. Por diferentes que sean estas tres historias, la niña ve en ellas lo que tienen en común, se convierte en una crítica literaria. Aunque no tan distintas, porque la aventura principal era la de que fueran por el mundo ellos solos, sin una madre ni un padre que los llevaran cogidos de la mano, haciéndoles advertencias y prohibiéndoles cosas. Por el agua, por el aire, por un bosque, pero ellos solos. Libres. Y naturalmente podían hablar con los animales, eso a Sara le parecía lógico. Y que Alicia cambiara de tamaño porque a ella en sueños también le pasaba. Y que el señor Robinson viviera en una isla, como la estatua de la Libertad. Todo tenía que ver con la libertad.
Esta obra está contada en tercera persona, por un narrador omnisciente, que no forma parte del mundo que describe, pero que conoce absolutamente todos los detalles de ese mundo. Se trata de un narrador que es un tanto parcial, de todos modos, pues permite que el final de la historia en la que Sara es protagonista sea diferente. No necesita regresar a su realidad cotidiana, su aventura se continúa: gracias a una moneda que le da Miss Lunatic, puede llegar, a través de una alcantarilla, a la Estatua de la Libertad.
Las aventuras de Sara, como las de Robinson, Alicia, o Caperucita, tienen que ver con la libertad; pero en esta nueva Caperucita la fantasía vence a la realidad, la literatura desafía a la lógica. Todas estas casualidades tienen a Sara como centro, ya que todos los personajes importantes de la trama de esta novela se encuentran por medio de la niña. Ese narrador externo al mundo narrado, quien manipula todos sus hilos, no es objetivo; gracias a todas esas coincidencias, puede la fantasía predominar sobre la lógica.
El espacio en el que transcurren las obras es otro aspecto que es interesante comparar. Para llegar desde su propia casa a la casa de su abuela, la Caperucita tradicional debe atravesar un bosque, un espacio peligroso por su naturaleza (oscuridad, frondosidad, animales que lo habitan, etc.), pero también por lo que simboliza. El bosque de Caperucita en Manhattan es mucho más grande: la acción transcurre en la ciudad de Nueva York, y el bosque incluiría todas las calles del trayecto entre Brooklyn y Manhattan que Sara y su madre recorren todos los sábados cuando van a visitar a Rebecca Little, la abuela. Vivian Allen se siente atemorizada ante este viaje, y siempre agarra fuertemente la mano de su hija, para protegerla. Por el contrario, Sara se siente viva durante esos viajes, atenta a observar absolutamente todo lo que la rodea, porque rompe su monotonía y le muestra la pluralidad del mundo. En particular, Central Park es motivo de temor para la madre, pues, según las noticias ciudadanas, hay un delincuente suelto (“el vampiro del Bronx”). Por el contrario, tanto Rebecca Little como Miss Lunatic animan a Sara a descubrir ese espacio (del mismo modo que la animan a hacer uso de su imaginación). Caperucita en Manhattan termina de forma diferente al cuento tradicional que parodia.
La Sara Allen crítica literaria de narraciones infantiles, se siente decepcionada ante el final de las obras que lee, como hemos indicado anteriormente. Después de hacer volar la imaginación con sus aventuras, a los personajes (y a sus lectores) se les obliga a regresar al mundo real, regido por la lógica, no por la fantasía. Eso no puede ocurrir con la historia de la propia Sara. Miss Lunatic da a Sara-Caperucita una moneda que, insertada en una ranura determinada, va a permitirle llegar a la Estatua de la Libertad, continuando sus aventuras lejos de las limitaciones impuestas por su protectora madre. Sin duda alguna, el tema de la libertad, y el de la frontera entre realidad y fantasía, protagonizan esta novela. Si por un lado tenemos la reflexión anteriormente citada, también tenemos en este final una referencia obvia a Alicia en el país de las maravillas. La Sara que se introduce por la alcantarilla en busca de la Libertad está iniciando un viaje fantástico que será, tal vez, similar al de Alicia. La obra de Carroll está muy presente en este final de la novela, pero sus ecos nos han perseguido a lo largo de toda ella. La libertad para ser ella misma es lo que espera a Sara al otro lado del túnel.
 Caperucita en Manhattan se presenta como una novela ágil con la que Martín Gaite ofrece su particular perspectiva del cuento infantil. Un viaje cargado de escenas emotivas, de momentos entrañables y de recuerdos, en una dulce y sabrosa combinación que surtirá efecto en la vida de cada uno de los personajes, marcando de nuevo el camino a seguir. Después de todo, los patrones no tienen por qué repetirse. Y si eso sucede, siempre podrás tomarle la mano a la pequeña Sara y gritar con ella:
 - «¡Miranfú!»
 Descubre su mundo, ella te contará encantada el significado de su mensaje.
Una delicia de lectura, una evocación a nuestro lado más tierno e ingenuo, que no viene mal en estos tiempos de prisas y feroz materialismo.