“Botas de lluvia suecas”
(Hening Mankell)
Botas de lluvia suecas es un relato sobre la vejez, la soledad, los temores sobre el fin que se acerca, la amistad, las miserias, flaquezas y bondades humanas contadas en clave de suspenso y sin sentimentalismos. Mankell va diseccionando lo que ocurre en esas sociedades en la que los viejos se van quedando solos y el único futuro que tienen frente a si es la muerte y el miedo a la decrepitud; también es una historia sobre el recomenzar cuando se cree que todo está perdido y sobre las relaciones humanas porque “las personas nunca son del todo como uno cree”, del miedo a lo diferente, al otro que no se nos parece; Fredik Welin es un hombre que en el ocaso de su vida empieza a hacer un balance de lo vivido y no siempre el saldo es positivo: su manera de utilizar a las mujeres, su afán de mentir y fisgonear en la vida de otros y sin embargo, la vida le presenta la posibilidad de aceptarse y seguir adelante.
En "Botas de lluvia suecas", todo cambia para Fredrik Welin cuando, a los 69 años -dos más de los que tenía Mankell en el momento de su muerte-, su casa es arrasada por un incendio del que logra escapar calzado con unas botas de lluvia, ambas pertenecientes al pie izquierdo. Ese inservible par de botas se convierte en la única pertenencia del antiguo médico, que lo ha perdido todo, tiene que mudarse a una caravana y, además, debe lidiar con el rumor que se ha extendido por el archipiélago de que él mismo ha provocado el fuego y con el interrogatorio policial por ese motivo.
Todos estos acontecimientos, sumados a la misteriosa visita de su hija, Louise, conducen a Welin a un profundo desconcierto y hacen que tome conciencia de la cercanía de la vejez y de la muerte, y de la necesidad de saldar sus deudas.
Solo conocer a una periodista, Lisa Modin, que investiga el incendio hará que se despierten en él nuevos sentimientos que le empujen a recuperar las ganas de vivir la vida y compartir los buenos momentos con los amigos.
¿Qué llevarías a una isla desierta para tenerlo todo? Fredrik responde pronto: los recuerdos. Agarra el hilo de un título anterior, “Zapatos italianos”, de donde recupera al protagonista, un médico jubilado que acarrea el peso de un antiguo error profesional. Fredrik ha llegado a un momento de su vida en que es fácil echarse a morir en soledad o abrir nuevos caminos, levantar de nuevo los cimientos de la casa o conformarse con una caravana provisional. Para elegir la senda adecuada Mankell se apoya en los recuerdos, muy propio también de una edad en la que es más cómodo repasar lo antiguo que edificar un futuro. Inevitable no hacer paralelismos entre el médico de 69 años y los 67 que contaba el autor cuando escribía la historia para burlar a la quimioterapia y al insomnio.
Son constantes sus reflexiones sobre el fin de la vida, que nunca había visto tan de cerca. “La muerte es una anarquista incurable. No sigue leyes ni reglas. No se entiende nunca”, se le oye decir a Fredrik, y otro de los personajes rompe el silencio del frío embarcadero sueco para lamentarse: “No nos dejan aprender a morir”. No, no es esta última novela de Mankell una lectura alegre, pero tampoco está sumida en brumas y nieblas, brilla aún el otoño cuando arranca la acción y la primavera buscará, más tarde, abrirse paso entre los hielos del archipiélago. No está el protagonista ahogado en los recuerdos, el presente le trae novedades de las que sacar provecho para seguir caminando.
El amor, también aparece en esta última entrega del autor sueco; el amor como una palanca, como un remo para hacer un viaje, más de uno, entre la soledad y la compañía, entre la isla y el continente. Y tampoco echarán de menos los lectores los elementos más clásicos del universo que construyó el autor sueco: una crítica que se cuela entre líneas a la más desalmada sociedad europea contemporánea, la que no tiene miramientos con los migrantes, la que castiga con más rigor a un carterista de tercera regional que a un delincuente de guante blanco. Su disgusto por el destrozo medioambiental que caracteriza a esta época, “las toneladas de basura nuclear” debajo de las alfombras del siglo XXI. O que muestre sin pudor los resquicios de la miseria que también existen en sociedades idealizadas, como los países nórdicos, esas socialdemocracias que siempre se ponen de ejemplo.
Considerado un icono de la literatura contemporánea de su país, Henning Mankell creía que su posición no solo le permitía sino que le obligaba a denunciar lo que no estaba bien y destacaba por su compromiso con el feminismo y la preservación del medio ambiente. En relación con esta experiencia, explicó que finalmente le entristeció darse cuenta de que era el único escritor que formaba parte de la flotilla y aseguró que colaborar en causas solidarias era el "principal papel" que le correspondía como intelectual. Aunque su principal arma eran sus obras porque, decía, "a pesar de que un libro no cambia el mundo, no podemos cambiar el mundo sin cultura".
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