Los ritos del agua
(Eva García Sáenz de Urturi)
Julio de 1992. Unai y sus tres mejores amigos trabajan en la reconstrucción de un poblado cántabro. Allí conocen a una enigmática dibujante de cómics conocida como Annabel Lee, a la que los cuatro consideran su primer amor, y a Saúl Tovar, el carismático profesor de historia que supondrá la figura paterna que todos ellos añoran.
Noviembre de 2016. Kraken debe detener a un asesino que imita los Ritos del Agua en lugares sagrados del País Vasco y Cantabria, y cuyas víctimas son personas que esperan un hijo y que por algún motivo no están preparadas para ello. La subcomisaria Alba Díaz de Salvatierra está embarazada, pero sobre la paternidad se cierne una incertidumbre de terribles consecuencias. Si Kraken es el verdadero padre, se convertirá en uno más de la lista de amenazados por los Ritos del Agua, y se librará si el niño es del marido de Alba, el asesino que lo dejó mudo con una bala en el cerebro.
He disfrutado leyendo la segunda entrega de la Trilogía de la Ciudad Blanca, porque me ha hecho recordar uno de mis poemas de Edgar Alan Poe favoritos: Anabel Lee, como se hace llamar la primera novia de Kraken que aparece asesinada al comienzo de la novela y que reproduzco a continuación:
Annabel Lee
(Edgar Allan Poe)
(1809-1849)
Fue hace ya muchos, muchos años,
en un reino junto al mar,
habitaba una doncella a quien tal vez conozcan
por el nombre de Annabel Lee;
y esta dama vivía sin otro deseo
que el de amarme, y de ser amada por mí.
Yo era un niño, y ella una niña
en aquel reino junto al mar;
Nos amamos con una pasión más grande que el amor,
Yo y mi Annabel Lee;
con tal ternura,
que los alados serafines
lloraban rencor desde las alturas.
Y por esta razón, hace mucho, mucho tiempo,
en aquel reino junto al mar,
un viento sopló de una nube,
helando a mi hermosa Annabel Lee;
sombríos ancestros llegaron de pronto,
y la arrastraron muy lejos de mi,
hasta encerrarla en un oscuro sepulcro,
en aquel reino junto al mar.
Los ángeles, a medias felices en el Cielo,
nos envidiaron, a Ella a mí.
Sí, esa fue la razón (como los hombres saben,
en aquel reino junto al mar),
de que el viento soplase desde las nocturnas nubes,
helando y matando a mi Annabel Lee.
Pero nuestro amor era más fuerte,
más intenso
que el de todos nuestros ancestros,
más grande que el de todos los sabios.
Y ningún ángel en su bóveda celeste,
ningún demonio debajo del océano,
podrá jamás separar mi alma
de mi hermosa Annabel Lee.
Pues la luna nunca brilla sin traerme el sueño
de mi bella compañera.
Y las estrellas nunca se elevan sin evocar
sus radiantes ojos.
Aún hoy, cuando en la noche danza la marea,
me acuesto junto a mi querida, a mi amada;
a mi vida y mi adorada,
en su sepulcro junto a las olas,
en su tumba junto al rugiente mar.
Un poema de gran sensibilidad y que el autor dedica a su esposa Virginia Clem, que murió dos años antes de que compusiera el poema. Cuando se casó con ella tan sólo tenía 13 años. La novela empieza con un ritmo vertiginoso, que va decayendo hasta llegar a las últimas cien páginas. Asistimos a una recuperación también vertiginosa de Kraken, que en prácticamente dos semanas se recupera de su afasia.
Quitando estas dos pegas, la novela se lee bastante bien, los personajes juegan un papel destacado en la novela, viajando a todos los lugares posibles y resultando cada vez más creíbles al conocer su pasado y las circunstancias que los acompañaron.
Está magistralmente documentada y ambientada. Nos hace viajar a lugares ancestrales y sagrados del País Vasco y Cantabria. Conforme la vas leyendo tienes la necesidad de localizarlos y cuando los ves no te extraña que la autora los evoque en su novela.
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