jueves, 18 de julio de 2019

Una muerte roja 
(Walter Mosley) 


Walter Mosley pasa por ser uno de los escritores más aclamados y prolíficos en el terreno de la novela negra actual. Empezó a escribir cuando tenía treinta y cuatro años, y desde entonces ha publicado más de cuarenta novelas. Es también el autor de color de más éxito y conocido actualmente en el campo de la novela negra.
Mosley se dio a conocer al gran público por su serie sobre «Easy Rawlins»; serie que vio la luz con la novela «El demonio vestido de azul» allá por 1990. Ésta obra que fue llevada al cine y protagonizada por Denzel Washington. Mosley también ha escrito otras tres sagas, con Fearless Jones, Leonid McGill y Socrates Fortlaw como protagonistas. Además, ha cultivado la crítica social, la ciencia ficción, no ficción, ficción para jóvenes, obras de teatro, novelas gráficas, y numerosos cuentos.
La segunda novela de Walter Mosley, «Una muerte roja», confirma que nos encontramos ante un gran narrador La historia se desarrolla en 1953, el período del macartismo, persecución anticomunista impulsada por el senador Joseph McCarthy (1909-1957) en Estados Unidos de América durante el período de la guerra fría.
 Cinco años después de su primera aventura acaecida en 1948 -«El demonio vestido de azul»- Ezekiel P. Rawllins, alias «Easy Rawlins», ha utilizado el dinero robado entonces para comprar un par de apartamentos de los que es titular en secreto y que ahora mantiene en alquiler. Él simula trabajar para Mofass, su supuesto manager, y en realidad se hace pasar por conserje de los apartamentos que posee, disfrutando tranquilamente de los frutos del alquiler que tales propiedades le generan. El problema se avecina, sin embargo, cuando un agente del Servicio de Impuestos Internos –IRS-, llamado Reginald Lawrence, le requiere para aclarar el origen de su propiedad. Rawlins se ve enfrentado así a la amenaza de prisión.
Como si esto no fuese suficiente, EttaMae y LaMarque, la esposa y el hijo de su antiguo compinche Raymond Mouse, se presentan en su casa de Los Ángeles, procedentes ambos de Houston. EttaMae se ha distanciado de Mouse y quiere vivir con Easy. Rawlins desea a EttaMae, pero sabe que vivir con ella le podría acarrear un enfrentamiento con Mouse. Efectivamente, su implacable y mortal amigo Mouse no tarda en aparecer en Los Ángeles en busca de su ex mujer EttaMae, que ha huido con su pequeño hijo. La solución más fácil es encontrarle un apartamento a EttaMae y LaMarque y distanciarse de ellos.
La situación con el IRS da un giro inesperado tras la reunión de Rawlins con Lawrence. Rawlins es salvado de una acción drástica cuando un agente de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI), llamado Darryl T. Craxton le ofrece un trato. Craxton le propone arreglar sus problemas con Hacienda a cambio de su ayuda para desenmascarar a un sospechoso de actividades comunista llamado Chaim Wenzler. Wenzler, de religión judía, está presente en varias iglesias negras, incluyendo una ubicada en el vecindario de Rawlins. Easy sabe que para los negros éste es un mundo muy difícil, sobre todo para los negros pobres que aspiran a algo mejor. Los impuestos le acosan y, para defender sus propiedades, se ve obligado a aceptar el «trato» que le propone el FBI, trato que consiste en infiltrarse en la Primera Iglesia Baptista Africana, espiar a sus pastores y feligreses y, ¡cómo no!, al rojo Chaim Wenzler, un judío superviviente de los campos de concentración nazis, que ahora hace beneficencia para la muy negra iglesia baptista... No transcurre mucho tiempo hasta que un lento barullo de muertes e intereses complican la existencia de Easy Rawlins. Sin embargo, con su gran habilidad y su distanciada mordacidad para estos casos, logra encontrar las salidas, destapa los problemas y, como no podía ser menos, vuelve a perder a su chica. Todo al estilo de los detectives del pasado, de aquellos de las películas en blanco y negro.
Walter Mosley ha creado un genial antihéroe, algo descarado y muy humano: respeta a los débiles, no se aprovecha de las situaciones fáciles y sabe que es un perdedor, aunque hace justicia, a su manera. Un grupo de fracasados cotidianos acompañan al detective continuamente, recreando una época ya pasada de la historia de Estados Unidos.
El resultado, gracias a su admirable ritmo, es sumamente sugerente. Los misterios se combinan con los convenios tradicionales de la novela policíaca, con precisiones sobre las desigualdades raciales y la injusticia social que han acompañado a través de la historia a los afroamericanos y otras personas de color.

jueves, 11 de julio de 2019

La playa de los ahogados
 (Domingo Villar)


Esta es la segunda novela de Domingo Villar.
Este autor tiene la virtud de describir las escenas y los paisajes de una forma muy visual. No hace grandes descripciones, al revés lo hace de forma sencilla, lo que cuenta lo hace de tal manera que consigue que esas imágenes aparezcan en tu mente con total nitidez. Además te deja con ganas de indagar sobre esos lugares y ver con tus propios ojos si son igual a como te los imaginabas.
Domingo Villar comienza cada capítulo con una palabra y sus definiciones según el diccionario, palabra que nos encontraremos después en algún punto del capítulo por ella encabezado.
 En la localidad gallega de Panxón ha aparecido el cadáver de un marinero llamado Justo Castelo. No en cualquier sitio, sino en una playa conocida en la localidad como la playa de los ahogados, ya que no es la primera vez que aparece allí un cadáver. El cadáver tiene las manos atadas con una brida verde. Ello parece indicar un suicidio ya que es frecuente que los suicidas que saben nadar se aten las manos para no nadar en el último momento.
El marinero había partido por la mañana en su barca, aparentemente sólo. Llevaba un tiempo raro, como deprimido, por lo que, al principio, todo parece indicar que, efectivamente, se trata de un suicidio. Pero un detalle de cómo está cerrada la brida, hace sospechar a la policía de que la muerte ha sido provocada y empieza una investigación destinada a averiguar quién es el asesino.
Una investigación que pronto les lleva al pasado. Justo Castelo era junto a Arias y Valverde miembro de la tripulación de un barco de pesca que naufragó hace años en extrañas circunstancias. Los tres marineros se salvaron pero el capitán pereció.
¿Qué puede tener que ver un naufragio pasado con un asesinato actual?
Aunque han sido muchos los autores que han tratado de imitar el binomio Carvalho—Barcelona o Montalbano—Sicilia, pocos han logrado fusionar un personaje y un lugar como lo han hecho Vázquez Montalbán o Camilleri. Domingo Villar tiene el honor de formar parte de esa lista, y su Leo Caldas y la ciudad de Vigo han alcanzado esa simbiosis que tantos escritores ansían. Puede que ese sea uno de los secretos del éxito del autor gallego, a lo que se suma un trabajo artesanal en el que cada coma y cada línea de diálogo cumplen su función.
Domingo Villar ha sabido formar una buena pareja de policías, Leo Caldas es el jefe. Es un tipo tranquilo, reflexivo, es un hombre intuitivo en el que se puede confiar, una persona de costumbres que se mueve por los mismos sitios, aquellos lugares donde está cómodo y sobre todo es alguien que llegará hasta el final en cada uno de los casos que emprenda. Incluso cuando parece que ya lo tienen, él sigue y sigue por si acaso, porque si queda algún cabo suelto, sin explicar, no está conforme. Quiere dejarlo todo atado y bien atado. En esta segunda novela vamos conociéndole un poco mejor. Aparece mucho en ella su padre, un jubilado metido a viticultor.
Rafael Estévez sigue a las suyas. Es un hombre enorme, que ha sido "desterrado" a Vigo por algún altercado violento protagonizado en su anterior comisaría. Y no es de extrañar porque Rafael se calienta enseguida. No necesita mucha excusa para utilizar la fuerza bruta. De su parte vienen los pasajes de humor que tiene la novela.
 Los motivos del asesinato se centran en el pasado. Esta fórmula aporta muchísimo más interés a la novela. Con una prosa sencilla, unos capítulos nada extensos, una cantidad de diálogos en la proporción justa, y una historia y una trama que engancha desde el primer momento, nos encontramos con una buena novela que se lee muy rápidamente. Es uno de esos libros que da pena terminar. Es fácil de leer y de disfrutar.
Mientras la leéis, en ocasiones, os recomiendo que escuchéis La canción de Solveig, compuesta por el noruego Edvarg Grieg, que el marinero ahogado Justo Castelo solía silbar.